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terça-feira, 17 de setembro de 2013

GIORGIO AGAMBEN / GLOSAS MARGINALES A LOS “COMENTARIOS SOBRE LA SOCIEDAD DEL ESPECTÁCULO”

I. Estratega

Los dos libros de Debord, presentes aquí para el público italiano en un solo volumen*, constituyen el análisis más lúcido y severo de las miserias y servidumbres de una sociedad —la del espectáculo, en la cual vivimos— que hoy ha extendido su dominio sobre todo el planeta. En cuanto tales, estos libros no necesitan ni aclaraciones ni elogios, y menos aún un prefacio. A lo sumo, vamos aquí a arriesgarnos con alguna glosa marginal, similar a aquellos signos que los copistas de la Edad Media trazaban al margen de los pasajes más notables. Siguiendo una rigurosa intención anacorética, estos libros se han separado efectivamente, y han encontrando su lugar propio no en otro lugar ajeno e improbable, sino únicamente en la precisa delimitación cartográfica que ellos describen. Ensalzar la independencia de su juicio, la clarividencia profética o la perspicacia clásica del estilo no serviría de nada. Ningún autor podría encontrar consoladora hoy la perspectiva de que su obra será leída dentro de un siglo (¿por quién?) ni lector alguno podría complacerse (¿respecto a qué?) por el hecho de pertenecer al pequeño número de los que la han comprendido antes que los demás. Estas obras deben ser utilizadas más bien como manuales o instrumentos para la resistencia o para el éxodo, similares a esas armas inadecuadas que el fugitivo (según la bella imagen de Deleuze) recoge y desliza furtivamente en su cintura. O, mejor, como la obra de un estratega singular (el título Comentarios nos remite precisamente a una tradición de este tipo), cuyo campo de acción no es tanto una batalla en la que se trata de organizar las tropas, como la pura potencia del intelecto. Una frase de Clausewitz, citada en el prefacio de la cuarta edición de la Sociedad del espectáculo, expresa perfectamente este carácter: “En toda crítica estratégica, lo esencial es colocarse exactamente en el punto de vista de los actores. Es cierto que esto es casi siempre difícil. La gran mayoría de las críticas estratégicas desaparecerían por completo, o quedarían reducidas a mínimas diferencias de comprensión, si los autores quisieran o pudieran situarse mentalmente en todas las circunstancias en que se encuentran los actores.” En este sentido, no solamente El Príncipe, sino también la Ética de Spinoza es un tratado de estrategia: una operación de potentia intellectus, sive de libertate.

II. Fantasmagoría

Marx se encontraba en Londres cuando, en 1851, se inauguraba en medio de una gran expectación la primera Exposición Universal en Hyde Park. Entre los diferentes proyectos presentados, los organizadores eligieron el de Paxton, que preveía un inmenso palacio enteramente de cristal. En el catálogo de la Exposición, Merrifield escribía que el Palacio de Cristal “es sin duda el único edificio en el mundo cuya atmósfera es perceptible… para un espectador situado en la galería en el extremo oriental u occidental… las partes más alejadas del edificio aparecen envueltas en un halo celeste”. El primer gran triunfo de la mercancía tuvo lugar, pues, bajo el signo de la transparencia y de la fantasmagoría a la vez. Todavía el guía de la Exposición Universal de París de 1867 insiste en su recorrido en esta contradicción espectacular: “Il faut au public une conception grandiose qui frappe son imagination… il veut contempler un coup d’œil féerique et non pas des produits ressemblants et uniformément groupés”.
Es probable que Marx recordara la impresión experimentada en el Palacio de Cristal cuando estaba redactando la sección del Capital que lleva por título “El fetichismo de la mercancía y su secreto”. Y no es desde luego azaroso que esta sección ocupe una posición liminar. El develamiento del “secreto” de la mercancía ha sido la llave que ha abierto, al pensamiento, el reino encantado del capital, que éste siempre ha intentado ocultar exponiéndolo a plena luz. Sin la identificación de este centro inmaterial, en que el producto del trabajo, al desdoblarse en un valor de uso y un valor de cambio, se transforma en una “fantasmagoría… que a la vez cae y no cae sobre los sentidos”, todas las investigaciones ulteriores del Capital probablemente no habrían sido posibles.
No obstante, en los años sesenta, el análisis marxiano del fetichismo de la mercancía era estúpidamente descuidado en los medios marxistas. En 1969, en el prefacio a una redición popular del Capital, Louis Alhusser invitaba todavía al lector a saltarse la primera sección, en la medida en que la teoría del fetichismo constituía una huella “flagrante” y “extremadamente peligrosa” de la filosofía hegeliana.
Aún más notable es así el gesto con el cual Debord funda precisamente sobre esta “huella flagrante” su análisis de la sociedad del espectáculo, o en otras palabras, del capitalismo que ha llegado a su forma extrema. El “devenir imagen” del capital no es más que la última metamorfosis de la mercancía, en la que el valor de cambio ha eclipsado ya por completo al valor de uso y, tras haber falsificado la producción social entera, puede ya acceder a un estatuto de soberanía absoluta e irresponsable sobre la existencia entera. El Palacio de Cristal en Hyde Park, donde la mercancía es exhibida por primera vez sin velar su misterio, es, en este sentido, una profecía del espectáculo, o bien, la pesadilla en que el siglo XIX sueña con el vigésimo. Despertarse de esta pesadilla es la primera tarea que los situacionistas se asignaron.

III. La Noche de Walpurgis

Si hay en nuestro siglo un escritor con el que Debord aceptaría quizá ser comparado, éste sería Karl Kraus. Nadie ha sabido revelar mejor que Kraus, en su lucha encarnizada con los periodistas, las leyes ocultas del espectáculo, “los hechos que producen las noticias y las noticias que son culpables de los hechos”. Y si se pudiera imaginar algo que correspondiera a la voz en off que en las películas de Debord acompaña a la exposición del desierto de escombros del espectáculo, nada sería más apropiado que la voz de Kraus que, durante sus fascinantes lecturas públicas descritas por Canetti, pone al desnudo, en la opereta de Offenbach, la secreta y feroz anarquía del capitalismo triunfante.
Conocemos la humorada de que se sirve Kraus, en la Tercera Noche de Walpurgis, para justificar su silencio ante la llegada del nazismo: “Sobre Hitler no me viene nada al espíritu.” Este Witz feroz, con el que Kraus confiesa sin indulgencia sus propios límites, señala igualmente la impotencia de la sátira frente a lo indescriptible que deviene realidad. Como poeta satírico resulta ser realmente “uno de los últimos epígonos / que habitan la antigua casa del lenguaje”. Desde luego, en Debord como en Kraus, la lengua se presenta como la imagen y el lugar de la justicia. Pero la analogía se interrumpe en este punto. El discurso de Debord comienza precisamente allí donde la sátira calla. La antigua casa del lenguaje (y, con ella, la tradición literaria en la cual la sátira se funda) es de ahora en adelante falsificada y manipulada de la cabeza a los pies. Kraus reacciona ante esta situación haciendo de la lengua el lugar del Juicio Final. Debord, por el contrario, comienza a hablar en el momento en que el Juicio Final ya ha tenido lugar y que lo verdadero ha sido reconocido tan sólo como un momento de lo falso. El Juicio Final en la lengua y la noche de Walpurgis del espectáculo coinciden totalmente. Esta coincidencia paradójica es el lugar desde el cual su voz resuena perpetuamente en off.

IV. Situación

¿Qué es una situación construida? “Un momento de la vida, concreta y deliberadamente construido a través de la organización colectiva de un ambiente unitario y de un juego de acontecimientos”, reza una definición del primer número de la Internationale Situationiste. Nada sería, sin embargo, más ilusorio que pensar la situación como un momento privilegiado o excepcional en el sentido estético. La situación no es ni el devenir arte de la vida ni el devenir vida del arte. La naturaleza real de la situación sólo se puede comprender como históricamente situada en el lugar que le corresponde, es decir, después del fin y la autodestrucción del arte y después del paso de la vida a través de la prueba del nihilismo. El “paso al noroeste en la geografía de la verdadera vida” es un punto de indiferencia entre la vida y el arte, en que ambos sufren al mismo tiempo una metamorfosis decisiva. Este punto de indiferencia es una política que está por fin a la altura de sus objetivos. Al capitalismo, que organiza “concreta y deliberadamente” los entornos y los acontecimientos para despotenciar la vida, los situacionistas responden con un proyecto no menos concreto, pero de signo opuesto. Su utopía es, una vez más, perfectamente tópica, pues se sitúa en el tener lugar de aquello que pretende derribar.
Nada puede, sin duda, mejor ilustrar la idea de una situación construida que la mísera escenografía en que Nietzsche, en La Gaya Ciencia, coloca el experimentum crucis de su pensamiento. Una situación construida es, en efecto, el cuarto con la araña que sube por la pared, en el momento en que a la pregunta del demonio: “¿Quieres que este instante se repita infinitas veces?”, se pronuncia la respuesta: “Sí, quiero”. Decisivo es aquí el desplazamiento mesiánico que transforma íntegramente al mundo, dejándolo cuasi intacto. Porque todo aquí ha permanecido igual, pero ha perdido su identidad.
La Comedia del Arte proporcionaba a los actores unos bocetos con instrucciones, para que construyeran situaciones en que un gesto humano sustraído de las potencias del mito y del destino pudiera finalmente hacerse posible. No se comprende nada de la máscara cómica si se la entiende simplemente como un personaje disminuido e indeterminado. El Arlequín o el Doctor no son personajes, en el sentido en que lo son Hamlet o Edipo: las máscaras no sonpersonajes sino gestos representados a partir de un tipo, una constelación de gestos. En la situación en acto, la destrucción de la identidad del papel se lleva a cabo paralelamente con la destrucción de la identidad del actor. Es la misma relación que existe entre texto y ejecución, entre potencia y acto, lo que se pone aquí en tela de juicio. Porque entre el texto y la ejecución se insinúa la máscara, como mezcla indiferencia de potencia y acto. Y lo que acontece —sobre el escenario, al igual que en la situación construida— no es la actualización de una potencia, sino la liberación de una potencia ulterior. Gesto es el nombre de esta encrucijada de la vida y el arte, del acto y la potencia, de lo general y lo particular, del texto y la ejecución. Fragmento de vida sustraído del contexto de la biografía individual y fragmento de arte sustraído del contexto de la neutralidad de la estética: praxis pura. Ni valor de uso ni valor de cambio, ni experiencia biográfica ni acontecimiento impersonal, el gesto es el reverso de la mercancía, que deja precipitar en la situación los “cristales de esta sustancia social común”.

V. Auschwitz / Timișoara

No cabe duda de que el aspecto más inquietante de los libros de Debord reside en la meticulosidad con que la historia parece haberse empeñado en confirmar sus análisis. No sólo, veinte años después de La sociedad del espectáculo, los Comentarios (1998) han tenido la ocasión de registrar en todos los ámbitos la exactitud de los diagnósticos y pronósticos, sino que, mientras tanto, el curso de los acontecimientos se ha acelerado por doquier tan uniformemente en la misma dirección que, a sólo dos años de la aparición del libro, se diría que la política mundial no es hoy otra cosa que una apresurada y paródica puesta en escena del guión trazado por el libro. La sustancial unificación del espectáculo concentrado (las democracias populares del Este) y del espectáculo difuso (las democracias occidentales) en el espectáculo integrado, que constituye una de las tesis centrales de los Comentarios, paradójica para muchos en su momento, se muestra actualmente como una evidencia trivial. Los muros inquebrantables y los acelerados telones que dividían los dos mundos fueron barridos en unos pocos días. A fin de que el espectáculo integrado se pudiera realizar plenamente de manera igual en sus países, los gobiernos del Este han abandonado el partido leninista, de la misma forma que los del Oeste habían renunciado hace mucho tiempo al equilibrio de los poderes y a la libertad real de pensamiento y de comunicación, en nombre de la máquina electoral mayoritaria y del control mediático de la opinión (que se habían desarrollado ambos en los Estados totalitarios modernos).
Timișoara representa el punto extremo de este proceso y que merece dar su nombre al nuevo curso de la política mundial. Porque allí una policía secreta, que había conspirado contra sí misma para derribar el viejo régimen de espectáculo concentrado, y una televisión, que mostraba al desnudo sin falsos pudores la función política real de los media, han logrado conseguir lo que incluso los nazis nunca se atrevieron a imaginar: hacer coincidir en un único acontecimiento monstruoso Auschwitz y el incendio del Reichstag. Por primera vez en la historia de la humanidad, unos cadáveres recién sepultados o alineados sobre las mesas de lasmorgues fueron rápidamente exhumados y torturados para simular ante las cámaras el genocidio que debería legitimar al nuevo régimen. Lo que el mundo entero veía en vivo en las pantallas de televisión como la verdad auténtica, era la no-verdad absoluta; y aunque la falsificación resultara por momentos evidente, quedaba, sin embargo, autentificada como verdadera por el sistema mundial de los media, para que quedara claro que lo verdadero, de aquí en adelante, no era más que un momento en el movimiento necesario de lo falso. De esta forma, verdad y falsedad se hacían indiscernibles y el espectáculo se legitimaba únicamente por medio del espectáculo.
Timișoara es, en este sentido, el Auschwitz de la era del espectáculo: y así como se ha dicho que después de Auschwitz resulta imposible escribir y pensar como antes, puede decirse que después de Timișoara ya no será posible mirar de la misma forma una pantalla de televisión.

VI. Shejiná

¿En qué sentido, en la época del triunfo consumado del espectáculo, puede hoy el pensamiento recoger la herencia de Debord? Porque está claro que el espectáculo es el lenguaje, la comunicabilidad misma y el ser lingüístico del hombre. Y esto significa que el análisis marxiano debe ser completado en el sentido de que el capitalismo (o cualquier otro nombre que se quiera dar al proceso que domina hoy en día la historia mundial) no concierne solamente a la expropiación de la actividad productiva, sino también y sobre todo a la alienación del propio lenguaje, de la propia naturaleza lingüística y comunicativa del hombre, de ese logos que un fragmento de Heráclito identifica con lo Común. La forma extrema de esta expropiación de lo Común es el espectáculo, es decir, la política en que vivimos. Pero esto quiere decir también que, en el espectáculo, es nuestra propia naturaleza lingüística la que avanza hacia nosotros invertida. Por esto (porque lo que es expropiado es la posibilidad misma de un vínculo común) es tan destructiva la violencia del espectáculo; pero, por la misma razón, el espectáculo contiene todavía algo como una posibilidad positiva, que es posible utilizar en su contra.
Nada evoca mejor esta condición que la culpa a la que los cabalistas llamaron “aislamiento de la Shejiná” y que atribuyeron a Aher, uno de los cuatro rabíes que, según una célebre aggadá del Talmud, entraron en el Pardés (es decir, en el conocimiento supremo). “Cuatro rabíes —dice la historia— entraron en el Paraíso: Ben Azay, Ben Zomá, Aher y rabí Aquibá… Ben Azay lanzó una mirada y murió… Ben Zoma miró y enloqueció… Aher cortó los ramos. Rabí Aquibá salió indemne.”
La Shejiná es la última de las diez sefirot o atributos de la divinidad, la que expresa la propia presencia divina, su manifestación, su morar en la tierra: su “palabra”. El “corte de los ramos” de Aher es identificado por los cabalistas con el pecado de Adán, quien, en lugar de contemplar la totalidad de las sefirot, prefirió contemplar sólo la última, aisládola de las otras, y de este modo separó el árbol de la ciencia del de la vida. Como Adán, Aher representa a la humanidad en cuanto ésta, al hacer del saber el propio destino y la propia potencia específica, aísla el conocimiento y la palabra, que no son sino la forma más acabada de la manifestación de Dios (la Shejiná), de las otras sefirot en que se revela. El peligro reside aquí en que la palabra —es decir la no latencia y la revelación de algo— se separe de lo que revela y adquiera una consistencia autónoma. El ser revelado y manifiesto —y, en consecuencia, común y participable— se separa de la cosa revelada y se interpone entre ella y los hombres. En esta condición de exilio, la Shejiná pierde su potencia positiva y deviene maléfica (los cabalistas dicen que “chupa la leche del mal”).
Es en este sentido que el aislamiento de la Shejiná expresa nuestra condición epocal. Mientras que en el Antiguo Régimen, el extrañamiento de la esencia comunicativa del hombre se sustanciaba en un presupuesto que servía de fundamento común, en la sociedad espectacular es esta misma comunicatividad, esta misma esencia genérica (es decir, el lenguaje como Gattungswesen), la que queda separada en una esfera autónoma. Lo que impide la comunicación es la comunicabilidad misma; los hombres están separados por lo que los une. Los periodistas y los mediócratas (como los psicoanalistas en la esfera privada) constituyen el nuevo clero de esta alienación de la naturaleza lingüística del hombre.
En la sociedad espectacular el aislamiento de Shejiná alcanza así su fase extrema, en que el lenguaje no sólo se constituye en una esfera autónoma, sino que ya no puede revelar nada o, mejor dicho, revela la nada de todas las cosas. De Dios, del mundo, de lo revelado, no hay nada en el lenguaje; pero, en este extremo develamiento nadificante, el lenguaje (la naturaleza lingüística del hombre) permanece una vez más ocultado y separado y alcanza así por última vez el poder de asignarse como lo no-dicho de una época histórica o de un Estado: la era del espectáculo, o del Estado del nihilismo consumado. Por esta razón, el poder, en cuanto establecido sobre la suposición de un fundamento, oscila hoy sobre todo el planeta y los reinos de la tierra se encaminan unos tras otros hacia el régimen democrático-espectacular que constituye la consumación de la forma Estado. Incluso antes de la necesidad económica y del desarrollo tecnológico, lo que impulsa hoy a las naciones de la tierra hacia un único destino común es la alienación del ser lingüístico, el desarraigo de todo pueblo de su morada vital en la lengua.
Pero por esta misma razón, la época que vivimos es igualmente aquella en la que por primera vez deviene posible para los hombres concretar la experiencia de su propia esencia lingüística — no de este o aquel contenido del lenguaje, sino del lenguaje mismo, no de esta o aquella proposición verdadera, sino del hecho mismo de que se hable. La política contemporánea es este experimentum linguae devastador, que en todo el planeta desarticula y vacía tradiciones y creencias, ideologías y religiones, identidades y comunidades.
Sólo aquellos que logren llevarlo a cabo hasta el final, sin dejar que, en el espectáculo, el revelador quede velado en la nada que revela, y que sean capaces, empero, de llevar al lenguaje el lenguaje mismo, llegarán a ser, por primera vez, ciudadanos de una comunidad sin presupuestos ni Estado, en la que el poder aniquilador y determinante de lo que es común será pacificado y la Shejiná habrá cesado de chupar la leche corrompida de su propia separación.
Como el rabí Aquibá en la aggadá del Talmud, entrarán  en el paraíso del lenguaje y saldrán ilesos de él.

VII. Tian'anmen

¿Cuál es, a la luz crepuscular de los Comentarios, el escenario que la política mundial está dibujando ante nuestros ojos? El Estado espectacular integrado (o democrático-espectacular) constituye el estadio superior de la evolución de la forma Estado, rumbo al cual se precipitan apresuradamente monarquías y repúblicas, tiranías y democracias, regímenes racistas y regímenes progresistas. Este movimiento global, en el instante mismo en que parece devolver la vida a las identidades nacionales, tiende en realidad hacia la constitución de una suerte de Estado policíaco supranacional, en el que las normas del derecho internacional son tácitamente derogadas unas tras otras. No sólo desde hace ya mucho tiempo ninguna guerra ha sido declarada (cumpliendo así la profecía de Schmitt, según la cual toda guerra devendría en nuestra época una guerra civil), sino que incluso la abierta invasión de un Estado soberano puede ser presentada como la ejecución de un acto de jurisdicción interior. Los servicios secretos, habituados desde siempre a actuar sin tener en cuenta los límites de las soberanías nacionales, se vuelven en estas condiciones en el modelo mismo de la organización y de la acción política real. Por primera vez en la historia de este siglo, las dos mayores potencias mundiales son también dirigidas por dos emanaciones directas de los servicios secretos: Bush (antiguo jefe de la CIA) y Gorbachov (el hombre de Andrópov); y cuanto más poder concentren en sus manos, más será esto saludado, por el nuevo curso del espectáculo, como una victoria de la democracia. A pesar de las apariencias, la organización democrática-espectacular-mundial que se forma de esta forma corre el peligro de ser, en realidad, la peor tiranía que se haya jamás conocido en la historia de la humanidad, contra la cual toda resistencia y oposición devendrán cada día más difíciles, y tanto más porque, cada vez con mayor claridad, su tarea será la de administrar la supervivencia de la humanidad en un mundo habitable para el hombre.
No está dicho, sin embargo, que el intento del espectáculo de mantener el control del proceso que él mismo ha contribuido a poner en marcha, esté destinado a tener éxito. El Estado espectacular sigue siendo, a pesar de todo, un Estado que, como cualquier Estado, se funda (como lo ha señalado Badiou), no tanto sobre el vínculo social, del que sería la expresión, sino sobre su disolución, que él impide. En última instancia, el Estado puede reconocer cualquier reivindicación de identidad (la historia de las relaciones entre Estado y terrorismo en nuestro tiempo es la elocuente confirmación de ello), incluso la de una identidad estatal en su propio seno; pero el que las singularidades formen una comunidad sin reivindicar por ello una identidad, el que unos hombres establezcan una relación de co-pertenencia sin una previa condición representable de pertenencia (el ser italianos, obreros, católicos, terroristas…), es lo que el Estado no puede en ningún caso tolerar. Y, sin embargo, es el propio Estado espectacular, en tanto anula y vacía de contenido cualquier identidad real y sustituye al pueblo y a la voluntad general por el público y su opinión, el que engendra masivamente en su propio seno unas singularidades que ya no se caracterizan por ninguna identidad social ni por ninguna condición de pertenencia: singularidades verdaderamentecualesquiera. Porque es cierto que la sociedad del espectáculo es también aquella en que todas las identidades sociales se han disuelto, en que todo lo que durante siglos ha constituido el esplendor y la miseria de las generaciones que se han sucedido sobre la tierra han perdido en adelante cualquier significación. En la pequeña burguesía planetearia, en cuya forma el espectáculo ha realizado paródicamente el proyecto marxiano de una sociedad sin clases, las diferentes identidades que han marcado la tragicomedia de la historia universal se exponen y acumulan en una vacuidad fantasmagórica. Por esta razón, si es lícito avanzar una profecía sobre la política que viene, ésta no será ya una lucha por la conquista o el control del Estado por parte de nuevos o viejos sujetos sociales, sino una lucha entre el Estado y el no-Estado (la humanidad), disyunción irremediable de las singularidades cualesquiera y de la organización estatal.
Todo ello no tiene nada que ver con la simple reivindicación de lo social contra el Estado, que ha sido durante mucho tiempo el motivo común de los movimientos de contestación de nuestro tiempo. Las singularidades cualesquiera en una sociedad espectacular no pueden formar una societas, porque no disponen de ninguna identidad que puedan hacer valer, de ningún vínculo social que hacer reconocer. Tanto más implacable es así el contraste con un Estado que anula todos los contenidos reales, pero para el cual un ser que estuviera radicalmente privado de cualquier identidad representable sería (a pesar de las vacuas declaraciones sobre la sacralidad de la vida y sobre los derechos del hombre) simplemente inexistente.
Tal es la lección que una mirada atenta habría podido extraer de los acontecimientos de Tian'anmen. Lo que más sorprende, en efecto, en las manifestaciones del mayo chino es la relativa ausencia de reivindicaciones con contenidos determinados (democracia y libertad son nociones demasiado genéricas para constituir un objeto real de conflicto, y la única exigencia concreta, la rehabilitación de Hu Yao Bang, fue inmediatamente satisfecha). Tanto más inexplicable parece, pues, la violencia de la reacción estatal. Es probable, sin embargo, que la desproporción sea sólo aparente y que los dirigentes chinos hayan actuado, desde su punto de vista, con perfecta lucidez. En Tian'anmen, el Estado se ha encontrado frente a lo que no puede ni quiere ser representado y que, a pesar de todo, se presenta como una comunidad y una vida común (y esto independientemente de hasta qué punto fueran efectivamente conscientes de ello los que se encontraban en la plaza). Que lo que escapa a la representación exista y forme comunidad sin presupuestos ni condiciones de pertenencia (como una multiplicidad inconsistente, en los términos de Cantor), tal es precisamente la amenaza con la cual el Estado no está de ninguna manera dispuesto a transigir.
La singularidad cualquiera, que quiere apropiarse de la pertenencia misma, de su propio ser-en-el-lenguaje y rehúsa, precisamente por esto, toda identidad y toda condición de pertenencia, es el nuevo protagonista, no subjetivo ni socialmente consistente, de la política que viene. En cualquier lugar en que estas singularidades manifiesten pacíficamente su ser común, habrá un Tian'anmen y, antes o después, los tanques terminarán por aparecer.


* Este texto es el posfacio que G. Agamben escribió en 1990 para la traducción italiana de losCommentaires sur la société du spectacle, que aparecieron junto a la reedición de la Société du spectacle.

CARTAS DE GUY DEBORD A GIORGIO AGAMBEN


16 de febrero de 1990
Querido Giorgio,
Le envío un ejemplar de mi prefacio italiano de 1979. Le he marcado algunos de los pasajes en que se expresa mejor, así lo considero, el sentido del libro. Y así pues mi constancia; que con mucho, en efecto, podrían bien llamar cinismo. Esto depende de los valores que admitan, y del vocabulario del que dispongan.
Si usted evoca de paso este prefacio en el suyo, esto compensará suficientemente su ausencia, que de otro modo arriesgaría de ser señalada, y quizá malinterpretada, en esta clase de agrupación de mis escritos sobre el espectáculo.
Hemos estado encantados de encontrarle, y le propondré una noche para cenar juntos cuando usted comunique el momento de su regreso.
Amistosamente,
Guy


6 de agosto de 1990
Querido Giorgio
He estado un poco inquieto cuando me ha preguntado recientemente si no me gustó el texto que ha agregado a mis Comentarios; y sobre todo muy enojado de permanecer incapaz de responderle. ¿Usted podría apenas creer que SugarCo todavía no me había enviado este libro, que fue publicado en marzo, y que por cierto no me lo han enviado todavía desde entonces, a pesar de haber llamado a mi editor parisino? Se trata, en efecto, de una insolencia bien sorprendente.
Vengo precisamente de encontrarme al instante un ejemplar; y todavía ha sido esto posible porque un amigo italiano ha juzgado él mismo útil que me comunicara con la otra edición (Agalev) de Boloña.
He estado, por supuesto, absolutamente encantado de leer sus Glosas. Usted ha hablado muy bien, en todos sus escritos, de tantos autores escogidos con el más grande gusto (así lo he asegurado, con excepción de algunos exóticos que desconozco muy lamentablemente y de cuatro o cinco franceses contemporáneos que no quiero del todo leer) que uno se encuentra forzosamente halagado de figurar en tal Panteón.
Estoy contento de haber, en 1967, y muy al contrario de ese sombrío demente de Althusser, intentado una suerte de “rescate por transferencia” del método marxista volviendo a poner una gran dosis de Hegel, al mismo tiempo que una reanudación de la crítica de la economía política que intenta también tener en cuenta sus desarrollos constatables en nuestro pobre siglo, como han sido previsibles desde el precedente. Y admiro mucho cómo, esta vez, usted ha recuperado muy legítimamente a Heráclito, a propósito de la expropiación efectivamente total del lenguaje, ¡que precedentemente había sido lo “común”! Se trata seguramente de la buena dirección para retomar la verdadera tarea; que antes había podido ser llamada “volver a colocar sobre sus pies” al mundo, o “filosofar a martillazos”.
Muy amigablemente,
Guy Debord

GIORGIO AGAMBEN Y MICHEL FOUCAULT

Signatura rerum. Sobre el método

Giorgio Agamben
( traducción de Flavia Costa y Mercedes Ruvituso )

Anagrama, 2010, 150 páginas, 2010

  Artículo escrito por Luis Roca Jusmet


Giorgio Agamben ( 1942) forma parte del conjunto de los grandes filósofos vivos. Discípulo de Heidegger, traductor de Benjamin al italiano y muyinfluenciado por Michel Foucault, que es el punto de partida del presente libro. De entrada ya hay que advertir que este ecrito, uno de los últimos del filósofo, pertenece a su obra menor. Su obra clave continua siendo la serie de Homo sacer , tan polémica cómo fecunda. Pero Agamben tiene la virtud de no estancarse en la temática que le ha dado más reconocimiento y producir siempre nuevos y variados trabajos filosóficos. En esta ocasión utiliza la filosofía de Foucault, como éste mismo recomendaba, como caja de herramientas. No se centra en la problemática habitual de las relaciones de poder o del cuidado de sí, que son los temas que ocupan el interés actual sobre Foucault sino sobre su primera temática, la de la arqueología del saber.
El título del libro parece algo equívoco, ya que hace alusión a lo que plantea exclusivamente en el segundo capítulo. Porque de lo que trata globalmente Agamben es de lo que dice el subtítulo, del método. No para plantear una fórmula, una vía, sino más bien para poner de manifiesto la imposibilidad de un Método, con mayúsculas. No se trata de negar que hay un camino posible para el conocimiento, sino de plantear una complejidad necesaria que nunca podemos resolver del todo, que siempre deja un resto no resuelto. En la introducción ya nos avisa Aganbem que en toda doctrina hay siempre interpretación, que nunca es pura y que además siempre hay un punto oscuro, algo no dicho que hay que asumir porque no puede ser explicitado.


 Precisamente la noción de signatura rerum señala muy bien, en el pensamiento renancentista, la manera como estructuramos lo significativo. ¿ Qué es lo que hace que delimitemos las cosas de una determinada manera ? Porque ya sabemos que conceptualizar es delimitar y siempre hay una función implícita que posibilita hacerlo de una manera y no de otra. En el segundo capítulo, el titulado Signatura rerum lo ejemplifica en el contexto medieval-renacentista-barroco, que se disuelve en la Ilustración. Pero lo que resulta algo desconcertante del libro es pasar del planteamiento crítico del primer capítulo ( que continuará en el último) a analizar los presupuestos de la astrología o de la cábala, cómo hace en el segundo. Éste es bastante una prueba de fuego para el lector, que por un momento duda que el libro tenga un hilo conductor consistente y no se disperse en elucubraciones puramente retóticas. Pero hay que superar éste obstáculo porque con paciencia captamos, ya en el último capítulo, la lógica global del ensayo. Así la noción de arquelología filosófica que aparece al final del libro enlaza muy bien con las nociones de paradigma y episteme de la primera parte. Arqueología filosófica que, cómo bien nos recuerda. fue inventada por Kant y plantea siempre la paradoja de querer ser a la vez una historia empírica y pero también racional, ya que le atribuimos el desarrollo de la lógica interna de la propia filosofía.

 Resulta muy interesante la reflexión sobre la noción de paradigma, inicialmente muy renovadora pero hoy convertida en tópico. Sobre toda la precisión con que diferencia el aspecto de matriz disciplinar aspecto de ejemplo significativo, que no es otra cosa que una relación analógica, no lógica, con lo que representa. Es interesante la pregunta sobre la relación de esta noción con la de episteme, que es la que utiliza Foucault. También lo es la reflexión sobre lo que posibilita que un enunciado tenga sentido, lo cual sin saber exactamente lo que es, no puede reducirse ni a las pautas de la percepeción ni a las reglas del lenguaje. Lo mejor que tiene toda la reflexión epistemológica de Aganbem es mostrar como siempre hay un resto, algo que se nos escapa pero que no podemos ni debemos negar. 
El tema es espinoso, el análisis es conceptualmente muy denso y siempre estamos en el eterno problema que plantean este tipo de filósofos, que es el de dudar sobre si realmente lo que dicen tiene un sentido real, es decir que lo podemos entender de manera concreta, o se pierde en galimatias retóricos. Finalmente creo que hay que darle el voto de confianza de considerar que, aunque a veces nos perdemos por la propia densidad conceptual y hemos de volver pacientemente sobre lo dicho, el libro tiene una coherencia y un interés. Pero sólo lo puedo recomendar con una doble condición. Por una parte la de tener una cierta familiaridad con la problemática epistemológica de la que habla ( sobre todo las nociones de paradigma, episteme y arqueología filosófica ). Y por otra parte la de tener una afinidad con este grupo de filósofos que, como Foucault y Aganbem, tienen un aire de familia muy peculiar, que despierta en algunos entusiasmo y en otros rechazo. En este sentido y cómo no me canso de repetir en estos casos, ni lo uno ni lo otro me parecen aceptables, ya que hay que mantener este sentido crítico pero a la vez recpetivo que, yendo más allá del sistema de filias y fobias a las que tan acostumbrados nos tiene el sectarismo de las escuelas filosóficas, recogan lo mejor de cada una sin dejarse fascinar por ella.

GIORGIO AGAMBEN- SI LA FEROZ RELIGIÓN DEL DINERO DEVORA EL FUTURO


«Para comprender lo que quiere decir la palabra “futuro” antes hay que entender lo que significa otra palabra, una que ya no acostumbramos a usar más que en la esfera religiosa: la palabra “fe”. Sin fe o confianza no es posible el futuro, hay futuro solo si podemos esperar o creer en algo. Ya, pero la fe ¿qué es? David Flüsser, un gran estudioso de la ciencia de las religiones –pues existe una disciplina de tan extraño nombre– estaba hace poco trabajando en la palabra pistis, que es el término griego que Jesús y los apóstoles usaban para “fe”. Aquel día, que iba paseando por casualidad por una plaza de Atenas, en un momento dado alzó la vista y vio ante sí escrito con grandes caracteres: Trapeza tes pisteos. Estupefacto por la coincidencia, miró mejor y a los pocos segundos se dio cuenta de que se encontraba simplemente a la puerta de un banco: trapeza tes pisteos significa en griego “banco de crédito”. Ese era el sentido de la palabra pistis, que llevaba meses tratando de entender: pistis, “fe”, no es más que el crédito del que gozamos ante Dios y el crédito del que goza la palabra de Dios ante nosotros, a partir del momento en que la creemos. Por eso Pablo puede decir en una famosa definición que “la fe es sustancia de cosas esperadas”: aquello que da realidad a lo que todavía no existe, pero en lo que creemos y tenemos confianza, en lo que hemos puesto en juego nuestro crédito y nuestra palabra. Algo así como un futuro existe en la medida en que nuestra fe logra dar sustancia, es decir realidad, a nuestras esperanzas. Pero ya se sabe que la nuestra es una época escasa de fe o, como decía Nicola Chiaromonte, de mala fe, de fe mantenida a la fuerza y sin convicción. Una época, por tanto, sin futuro y sin esperanzas –o de futuros vacíos y de falsas esperanzas–…»

La traducción completa se puede encontrar en pressenza.com.

GIORGIO AGAMBEN, NOTAS SOBRE LA POLÍTICA

GIORGIO AGAMBEN / NOTAS SOBRE LA POLÍTICA

1. La caída del Partido comunista soviético y el dominio sin rebozo del Estado democrático-capitalista a escala planetaria han suprimido los dos principales obstáculos ideológicos que impedían el restablecimiento de una filosofía política a la altura de nuestro tiempo: el estalinismo, por una parte, y el progresismo y el Estado de derecho, por otra. El pensamiento se encuentra hoy así por primera vez frente a su tarea sin ninguna ilusión y sin coartada posible. En todas partes se está cumpliendo ante nuestros ojos la “gran transformación” que impulsa uno tras otro a los reinos de la tierra (repúblicas y monarquías, tiranías y democracias, federaciones y Estados nacionales) hacia el Estado espectacular integrado (Debord) y el “capital-parlamentarismo” (Badiou), que constituyen el estadio extremo de la forma Estado. Y así como la gran transformación de la primera revolución industrial había destruido las estructuras sociales y políticas y las categorías del derecho público del Ancien Régime, de la misma manera los términos soberanía, derecho, nación, pueblo, democracia y voluntad general cubren ahora una realidad que nada tiene que ver con lo que estos conceptos designaban antes; y, por eso, quienes continúan haciendo uso de ellos de una manera acrítica no saben literalmente de qué están hablando. La opinión pública y el consenso en nada tienen que ver con la voluntad general, no más en todo caso de lo que la “policía internacional” que hoy dirige las guerras tiene que ver con la soberanía del jus publicum Europeum. La política contemporánea es este experimento devastador, que desarticula y vacía en todo el planeta instituciones y creencias, ideologías y religiones, identidad y comunidad, y vuelve después a proponerlas bajo una forma ya definitivamente afectada de nulidad.

2. El pensamiento que viene tendrá, pues, que tratar de tomar en serio el tema hegeliano-kojeviano (y marxiano) del fin de la historia, así como la reflexión de Heidegger sobre el ingreso en el Ereignis como fin de la historia del ser. Respecto a este problema, el terreno se divide hoy entre aquellos que piensan el fin de la historia moderna sin el fin del Estado (los teóricos poskojevianos o posmodernos del cumplimiento del proceso histórico de la humanidad en un Estado universal homogéneo) y los que piensan el fin del Estado sin un correlativo fin de la historia (los progresistas de varia lección). Ambas posiciones caen por debajo de su tarea, porque pensar la extinción del Estado sin el cumplimiento del teloshistórico es tan imposible como pensar un cumplimiento de la historia en el que permaneciese la forma vacía de la soberanía estatal. Si la primera tesis se muestra impotente por completo frente a la supervivencia tenaz de la forma estatal en una transición infinita, la segunda choca con la resistencia cada vez más viva de instancias históricas (de tipo nacional, religioso o étnico). Por lo demás, las dos posiciones pueden convivir perfectamente mediante la multiplicación de las instancias estatales tradicionales (es decir, de tipo histórico), bajo la égida de un organismo técnico-jurídico con vocación post-histórica.
Sólo un pensamiento capaz de pensar a la vez el final del Estado y el final de la historia, y de enfrentarlos entre sí, podrá estar a la altura de aquella tarea. Es lo que trató de hacer el último Heidegger, si bien de una manera absolutamente insuficiente, con la idea de unEreignis, de un acontecimiento último, en el que lo que es apropiado y queda sustraído al destino histórico es el propio permanecer-oculto del principio historificante, la historicidad misma. Si la historia señala la expropiación de la naturaleza humana en una serie de épocas y de destinos históricos, el cumplimiento y la apropiación del telos histórico del que aquí se trata no significa que el proceso histórico de la humanidad esté ya sencillamente ordenado en una disposición definitiva (cuya gestión sea posible confiar a un Estado universal homogéneo), sino que la misma historicidad anárquica que, permaneciendo presupuesta, ha destinado al hombre como ser viviente a las diversas épocas y culturas históricas, debe ahora venir como tal al pensamiento, es decir que el hombre ha de apropiarse ahora de su mismo ser histórico, de su misma impropiedad. El devenir propio (naturaleza) de lo impropio (lenguaje) no puede ser formalizado ni reconocido según la dialéctica de la Anerkennung, porque es, en la misma medida, un devenir impropio (lenguaje) de lo propio (naturaleza).
La apropiación de la historicidad no puede por eso tener aún una forma estatal —al no ser el Estado otra cosa que la presuposición y la representación del permanecer-oculta de laarjé histórica— sino que debe dejar libre el terreno a una vida humana y a una política no estatales y no jurídicas, que todavía siguen estando completamente por pensar.

3. Los conceptos de soberanía y de poder constituyente, que están en el centro de nuestra tradición política, deben, en consecuencia, ser abandonados o, por lo menos, pensados de nuevo, desde el principio. Uno y otro señalan el punto de indiferencia entre violencia y derecho, naturaleza y logos, propio e impropio, y, como tales, no designan un atributo o un órgano del orden jurídico o del Estado, sino su propia estructura original. Soberanía es la idea de que hay un nexo indecidible entre violencia y derecho, viviente y lenguaje, y que este nexo tiene necesariamente la forma paradójica de una decisión sobre el estado de excepción (Schmitt) o de un bando (Nancy), en que la ley (el lenguaje) se mantiene en relación con el viviente retirándose de éla-bandonándolo a la propia violencia y a la propia ausencia de relación. La vida sagrada, es decir, la vida presupuesta y abandonada por la ley en el estado de excepción, es el mudo portador de la soberanía, el verdadero sujeto soberano.
De este modo, la soberanía es el guardián que impide que el umbral indecidible entre violencia y derecho, naturaleza y lenguaje salga a la luz. Es necesario, empero, mantener fija la mirada precisamente sobre aquello que la estatua de la Justicia (que, como recuerda Montesquieu, era cubierta con un velo al proclamarse el estado de excepción) no debía ver, y, en consecuencia, sobre el hecho de que (como hoy está claro para todos) el estado de excepción es la regla, que la nuda vida es inmediatamente portadora del nexo soberano y, como tal, está hoy abandonada a una violencia que es tanto más eficaz en la medida en que es anónima y cotidiana.
Si existe hoy una potencia social, ésta debe ir hasta el fondo de su propia impotencia y, renunciando a cualquier voluntad tanto de establecer el derecho como de conservarlo, quebrar en todas partes el nexo entre violencia y derecho, entre viviente y lenguaje, que constituye la soberanía.

4. Mientras la decadencia del Estado deja sobrevivir por doquier su envoltura vacía como pura estructura de soberanía y de dominio, la sociedad en su conjunto está consignada irremediablemente a la forma de sociedad de consumo y de producción orientada al único objetivo del bienestar. Los teóricos de la soberanía política como Schmitt ven en ello el signo más seguro del fin de la política. Y en verdad las masas planetarias de consumidores (cuando no recaen simplemente en los viejos ideales étnicos y religiosos) no dejan atisbar ninguna nueva figura de la polis.
Sin embargo, el problema al que ha de enfrentarse la nueva política es precisamente éste: ¿es posible una comunidad política que se oriente exclusivamente al goce pleno de la vida de este mundo? ¿Pero no es éste precisamente, si bien se mira, el objetivo de la filosofía? Y cuando surge un pensamiento político moderno, con Marsilio de Padua, ¿no se define acaso por la recuperación con fines políticos del concepto averroísta de “vida suficiente” y de “bien vivir”? Aún Benjamin, en el Fragmento teológico-político, no deja lugar a dudas en cuanto al hecho de que “el orden de lo profano debe orientarse sobre la idea de felicidad”. La definición del concepto de “vida feliz” (de una manera que no permita su separación de la ontología, puesto que del “ser: no tenemos otra experiencia que vivir”) sigue siendo uno de los objetivos esenciales del pensamiento que viene.
La “vida feliz” sobre la que debe fundarse la filosofía política no puede por eso ser ni la nuda vida que la soberanía presupone para hacer de ella el propio sujeto, ni el extrañamiento impenetrable de la ciencia y de la biopolítica modernas, a las que hoy se trata en vano de sacralizar, sino, precisamente, una “vida suficiente” y absolutamente profana, que haya alcanzado la perfección de la propia potencia y de la propia comunicabilidad, y sobre la cual la soberanía y el derecho no tengan ya control alguno.

5. El plano de inmanencia sobre el que se constituye la nueva experiencia política es la extrema expropiación del lenguaje llevada a efecto por el Estado espectacular. Mientras en el Antiguo Régimen, el extrañamiento de la esencia comunicativa del hombre se sustanciaba en un presupuesto que servía de fundamento común (la nación, la lengua, la religión...), en el Estado contemporáneo es esta misma comunicatividad, esta misma esencia genérica (es decir, el lenguaje), lo que se constituye en una esfera autónoma en la propia medida en que de viene el factor esencial del ciclo productivo. Lo que impide la comunicación es, pues, la comunicabilidad misma; los hombres están separados por aquello que les une.
Lo anterior quiere decir también, empero, que, de este modo, lo que nos sale al paso es nuestra propia naturaleza lingüística invertida. Ésta es la razón (precisamente lo expropiado es la posibilidad misma de lo Común) de que la violencia del espectáculo sea tan destructiva; pero, por lo mismo, éste contiene todavía algo que se asemeja a una posibilidad positiva y que puede ser utilizada en contra suya. La época que estamos viviendo es también, por eso, aquella en que por primera vez se hace posible para los hombres experimentar su propia esencia lingüística; no de este o aquel contenido de lenguaje, de esta o aquella proposición verdadera, sino del hecho mismo de que se hable.

6. La experiencia de que se trata en este caso no tiene ningún contenido objetivo, no es formidable en proposiciones sobre un estado de cosas o sobre una situación histórica. Concierne no a un estado, sino a un acontecimiento de lenguaje; no hace referencia a esta o a aquella gramática, sino, por así decirlo, al factum loquendi como tal. Por eso mismo debe ser concebida como un experimento que tiene que ver con la materia misma o la potencia del pensamiento (en términos espinozianos, un experimento de potentia intellectus, sive de libertate).
Puesto que lo que se ventila en el experimento no es en modo alguno la comunicación en cuanto destino y fin específico del hombre o como condición lógico-trascendental de la política (como sucede en las pseudofilosofías de la comunicación), sino la única experiencia material posible del ser genérico (es decir, experiencia de la “comparecencia” —Nancy— o, en términos marxianos, del General Intellect, la primera consecuencia que de ello se deriva es la subversión de la falsa alternativa entre fines y medios que paraliza toda ética y toda política. Una finalidad sin medios (el bien o lo bello como fines en sí) es tan extraña como una medialidad que sólo tiene sentido con respecto a un fin. Lo que se cuestiona en la experiencia política no es un fin más alto, sino el propio ser-en-el lenguaje como medialidad pura, el ser-en-un medio como condición irreductible de los hombres. Política es la exhibición de una medialidad, el hacer visible un medio como tal. Es la esfera no de un fin en sí, sino de una medialidad pura y sin fin como ámbito del actuar y del pensar humanos.

7. La segunda consecuencia del experimentum linguae es que, más allá de los conceptos de apropiación y de expropiación, lo que verdaderamente es necesario pensar es más bien la posibilidad y las modalidades de un uso libre. La práctica y la reflexión políticas se mueven hoy de forma exclusiva en la dialéctica entre lo propio y lo impropio, en que o bien lo impropio (como sucede en las democracias industriales) impone en todas partes su dominio con una irrefrenable voluntad de falsificación y de consumo, o bien, como sucede en los Estados integristas y totalitarios, lo propio pretende excluir de sí toda impropiedad. Si, en vez de eso, llamamos común (o, como prefieren otros, igual) a un punto de indiferencia entre lo propio y lo impropio, es decir, a algo que nunca es aprehensible en términos de una apropiación o de una expropiación, sino sólo como uso, el problema político esencial pasa a ser entonces: “¿cómo se usa un común?” (Heidegger tenía quizá en mientes algo de este tipo cuando formulaba su concepto supremo no como una apropiación ni como una expropiación, sino como apropiación de una expropiación.)
Sólo si consiguen articular el lugar, los modos y el sentido de esta experiencia del acontecimiento de lenguaje como uso libre de lo común y como esfera de los medios puros, podrán las nuevas categorías del pensamiento político —sean éstas comunidad inocupada, comparecencia, igualdad, fidelidad, intelectualidad de masa, pueblo por venir, singularidad cualquiera— dar expresión a la materia política que tenemos ante nosotros.


En Medios sin fin: notas sobre la política, Valencia, Pre-Textos.

GIORGIO AGAMBEN - IDEA DEL COMUNISMO




En la pornografía, la utopía de una sociedad sin clases se presenta a través de la exageración caricaturesca de los rasgos que distinguen a esas clases y de su transfiguración en la relación sexual. En ningún otro contexto, ni siquiera en las máscaras de carnaval, se insiste con tanta obstinación en los signos de clase del vestuario, en el propio momento en que la situación lleva a su transgresión y anulación, de la forma más absurda. Las gorras y los delantales de las camareras, el overol del trabajador, los guantes blancos y los chalecos del mayordomo, e incluso, más recientemente, los vestidos y las mascarillas de las enfermeras, celebran su apoteosis en el instante en que, extendidos como amuletos extraños sobre cuerpos desnudos inextricablemente entrelazados, parecen anunciar, con un toque estridente de trompeta, ese último día en que tienen que presentarse como signos de una comunidad aún no anunciada.
Sólo en el mundo antiguo se encuentra una cosa semejante a esto, en la representación de las relaciones amorosas entre dioses y hombres, que constituyen una fuente inagotable de inspiración para el arte clásico en su ocaso. En la unión sexual con un dios, el mortal, abrumado y feliz, cancelaba de un golpe la infinita distancia que lo separaba de lo celestial; pero, al mismo tiempo, esa distancia se reproducía, aunque invertida, en las metamorfosis animales de la divinidad. El dulce hocico del toro que secuestra a Europa, el pico sagaz del cisne inclinado sobre el rostro de Leda, son signos de una promiscuidad tan íntima y heroica que resulta, por lo menos durante algún tiempo, insoportable.
Si buscamos el contenido de verdad de la pornografía, inmediatamente nos coloca frente a los ojos su ingenua e insípida pretensión de felicidad. La característica esencial de esta felicidad ha de ser exigida en cualquier momento y en cualquier ocasión: cualquiera que sea la situación inicial, tiene que terminar inevitablemente en una relación sexual. Una película pornográfica en la que, por cualquier percance, esto no acontezca, sería quizá una obra maestra, pero no sería ya una película pornográfica. El striptease es, en este sentido, el modelo de toda intriga pornográfica: al inicio tenemos siempre y sin excepción personas vestidas, en una situación determinada, y el único espacio restante para lo inesperado resguarda el modo en que, al final, tienen que encontrarse ahora sin ropa. (En esto, la pornografía recupera el gesto riguroso de la gran literatura clásica: no puede haber espacio para las sorpresas, y el talento consiste en variaciones imperceptibles sobre un mismo tema mítico). Y con esto es revelada también la segunda característica esencial de la pornografía: la felicidad que exhibe es siempre anecdótica, es siempre historia y ocasión aprovechadas, pero nunca condición natural, nunca algo ya dado: el naturismo, que simplemente remueve la ropa, siempre ha sido el adversario más agresivo de la pornografía; y del mismo modo que una película pornográfica sin acontecimiento sexual no tendría sentido, también difícilmente se podría calificar de pornográfica la exhibición pura e inmóvil de la sexualidad natural del hombre.
Mostrar el potencial de la felicidad presente en la más insignificante situación cotidiana y en cualquier forma de sociabilidad humana: ésta es la eterna razón política de la pornografía. Sin embargo, su contenido de verdad, que la coloca en las antípodas de los cuerpos desnudos que llenan el arte monumental del fin de siècle, es que la pornografía no eleva lo cotidiano al nivel del cielo eterno del placer, sino que exhibe el irremediable carácter episódico de todo placer, la íntima digresión de todo universal. Por ello, sólo en la representación del placer femenino, que se expresa únicamente en la cara, la pornografía agota su intención.
¿Qué dirían los personajes de la película pornográfica que estamos viendo si pudieran, a su vez, ser espectadores de nuestra vida? Nuestros sueños no pueden vernos — y ésta es la tragedia de la utopía. La confusión entre personaje y lector —buena regla de toda lectura— debería funcionar aquí también. Resulta, sin embargo, que lo importante no es tanto aprender a vivir nuestros sueños, sino que ellos aprendan a leer nuestra vida.
“Será evidente entonces que el mundo ha estado soñando por mucho tiempo con la posesión de una cosa de la cual, para poseerla realmente, debe poseer la consciencia.” Ciertamente — pero, ¿cómo se poseen los sueños, dónde es que están guardados? Porque aquí no se trata, naturalmente, de realizar alguna cosa — nada es más aburrido que un hombre que ha realizado sus propios sueños: éste es el insípido celo socialdemocrático de la pornografía. Pero tampoco se trata de guardar en cámaras de alabastro, intocables y coronadas de rosas y jazmín, ideales que, al devenir cosas, se romperían: éste es el secreto cinismo del soñador.
Bazlen decía: lo que hemos soñado es algo que ya tuvimos. Hace tanto tiempo que no lo recordamos. No en un pasado, entonces — ya no poseemos los registros. Los sueños y los deseos incumplidos de la humanidad son más bien los miembros pacientes de la resurrección, siempre en acto para despertar en el último día. Y no duermen encerrados en preciosos mausoleos, sino que están clavados, como astros vivientes, en el cielo remotísimo del lenguaje, del que apenas conseguimos descifrar sus constelaciones. Y esto —al menos esto— no lo hemos soñado. Ser capaz de atrapar las estrellas que como lágrimas caen del firmamento jamás soñado de la humanidad — ésta es la tarea del comunismo.